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Vanidad se hizo carne y habitó entre nosotros
La vanidad y el orgullo son cosas diferentes, aunque las dos palabras a menudo se empleen como sinónimos. Una persona puede ser orgullosa sin ser vana. El orgullo se identifica más con la opinión que tenemos de nosotros mismos, y la vanidad con lo que deseamos que los demás piensen de nosotros. (Orgullo y prejuicio, Jane Austen)
Vanidad, harta ya de ser una mera expresión flotando en el espacio, se hizo carne y habitó entre nosotros echando profundas raíces de tontez. Desde entonces, aunque no le sienta bien, viste traje tejido con falsa humildad e intenta lucirlo junto a un sin fin de abalorios muy baratos, muy brillantes.

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Pavo Real / Ron Porter (pixabay - Dominio Público) |
Vanidad, llena de ilusiones falsas, deja caer los párpados para verse bien por dentro. Se gusta y, como quien no quiere la cosa, habla y habla sin parar: yo esto, yo lo otro, yo para allá, yo para acá, yo para acullá. Pues, en lo intrínseco de su amor propio, sólo se ve virtudes. Tiene una vocecita ensayada, dulce y encantadora. Ante su gran necesidad de afecto, no quiere estar sola. Desnuda sus supuestos dones sin dar espacio a que los demás desnuden los suyos y si por arte de magia alguien logra mostrarlos, no serán tan buenos, tan bonitos, tan deseables y tan bien llevados a cabo como los de Vanidad. Claro, todo cubierto con una capa de fingimiento que no convence.
Es imprudente y engreída. Lo que ocurre en el mundo depende de ella, pues lo abarca todo, tanto que aunque se estire sin éxito para ser la más alta, ha conseguido echar barriga, sí, por comerse los piropos que pululan a su alrededor, aunque no estén dirigidos a ella. Además, cuando tiene hambre se vuelve déspota, por eso desayuna, almuerza y cena un plato único rebosante de adulaciones con miel que ella misma se prepara al instante.
Le preocupa mucho lo que dirán de ella cuando muera, por eso ha escrito un libro para ser leído en su sepelio y ha encargado varios miles de invitaciones con su foto en tecnicolor.
Muestra una sonrisa particular, un poquitín ladeada a causa de la necedad, como queriendo y no queriendo mostrarla, pero que se vea que ella es la gran Vanidad de vanidades, toda vanidad.
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Isabel Pavón.
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