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Todo cuela
Imagino el sacrificio y la dedicación que cualquier acto público lleva consigo. El esmero que deben poner las personas elegidas. Imagino los nervios. Imagino el estado de ánimo durante la preparación. La compra del material adecuado. La elección de los detalles. El descarte de algo que pueda deslucir. La selección del vestuario. Los primeros ensayos. Los últimos. La música. La compostura. La sonrisa. La euforia.
Todo debe brillar con fuerza.
Sin embargo, me duele profundamente cuando, en numerosas ocasiones, al preparar algo especial para glorificar a Dios, lo dejemos en las peores manos: El azar.
Corremos un riesgo donde todo cuela. ¿Cuántos problemas de última hora podrían evitarse?
¿No nos cansamos de dar siempre las mismas excusas?
—Bueno, no ha salido como esperábamos, pero como es para el Señor. (Y aplaudimos el desastre).
—No hemos tenido tiempo para prepararlo bien, pero el Señor sabe. (Y aplaudimos el desastre).
—Bendito sea el Señor en los problemas. (Y aplaudimos el desastre).
—Nos ha fallado tal o cual cosa, pero..., como el Señor es bueno... (Y aplaudimos el desastre).
¡Vaya carencia la nuestra!
Para el Señor tenemos que dar lo mejor de lo mejor. Lo máximo. El mayor esfuerzo. La más hermosa reverencia. El temor a su grandeza.
¡Cuántas y cuántas veces se habrá reído el diablo al ver como le ofrecemos tanta baratija al Rey de reyes!
¡Cuántas veces habrá disfrutado con nuestras actuaciones!
¡Cuántas habrá aplaudido nuestra pobreza!
Isabel Pavón.
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