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Resurrección y vida en Cristo
Somos vida..., vida regalada
Se me antoja comparar la vida con un árbol cuyas ramas se elevan hacia el infinito y nos transportan a nuestra segunda morada. Durante las primeras etapas, la infancia, simplemente nos dejamos llevar por la corriente del tronco, por su sabia que nos arrastra con fuerza y sin complicación alguna. Luego hallamos salida en una rama, rompemos la corteza y asomamos. Somos brotes tiernos, verdes... Reventamos con fuerza por los bordes y nuestro renuevo crece...
Nos desarrollamos en plenitud a lo largo, a lo alto y a lo ancho.
Un capullo al fin asoma. Seguimos siendo nosotros. Florecemos con colores regalados por la propia Madre Naturaleza, malvas, rojos, blancos, turquesas..., nos sentimos únicos, dueños del mundo ante nuestra propia belleza. ¡Dichoso don de la juventud!
Esparcimos nuestra fragancia, mimados por el sol y mecidos por la cálida brisa de la tarde-vida que se acerca.
A duras penas maduramos. Damos fruto (si podemos). Entonces, oímos la llamada, una voz inmune al rechazo que provoca se nos acerca. La Tierra nombra a cada cual en una hora. Acudimos sumisos, temerosos. De nuevo nos cobijamos junto a sus raíces, formando parte de su materia, de su esencia.
Somos árbol, rama, flor, fruto. Somos vida. Vida regalada.
Esta verdad del ser humano no tendría sentido sin la esperanza de la resurrección que nos trajo Jesús al morir en la cruz.
Cumplamos nuestra misión cristiana como parte del mundo que formamos juntos y confiemos en el sacrificio que el Hijo de Dios expresó con su muerte por todos nosotros, para que esa vida posterior y eterna que tenemos prometida junto a Él, nos llene de esperanza.
Publicado en:
Diario Sur el 9-4-2009
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Isabel Pavón.
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